por terra | Mar 11, 2017 | Sin categorizar
Imaginad un bosque de pinos nevados, erguidos e inmutables que, como un gigantesco ejercito, se pierde en el horizonte. Entre ellos, engarzados entre la nieve y el verdor espeso de abetos y pinos, miles de lagos helados esperan a la primavera para liberar sus aguas opalinas o pardas. Mientras imagináis ese norte salvaje, feroz y extremo suena música de Sibelius: Karelia, el Vals Triste o Finlandia… la melodía parece agitar los jirones de piel blanca de los abedules, que se estremecen con el ligero y gélido viento. Es el Gran Norte, la Aventura, la Taiga Salvaje que comienza aquí y se extiende por las regiones más frías y solitarias de todo el hemisferio norte hasta unirse con la legendaria Siberia, con Canadá y con los cuentos e historias de Jack London en Alaska.
Es un lugar de leyenda del que a duras penas tenemos una imagen real. Solo está a cuatro horas de avión ( si los controladores aéreos franceses no interfieren) y en él podemos experimentar la sensación más pura de la naturaleza salvaje: soledad, libertad, aventura, miedo, asombro… Pero eso lo descubriremos mañana porque esta noche, en contra de lo planificado, debemos dormir en Helsinki. Apenas roncaremos un par de horas en un hotel al lado del aeropuerto para coger el autobús de las seis de la mañana y enganchar con un vuelo interno que nos llevará a Karelia. Esta noche compartimos nuestro destino con unas decenas de dóciles Coreanos que también han perdido el transfer a su país por culpa de la huelga de controladores de Francia.
Tras un escueto desayuno en el aeropuerto por fin volamos en un bimotor que nos transporta a Karelia, en el mismo corazón de Finlandia. A penas vamos diez personas y podemos colocarnos a nuestro antojo para mirar por los ventanucos. El ronroneo sordo de los motores nos invita a dormirnos pero ahí abajo comienzan a brillar amplias fajas de nieve, lagos helados y retazos geométricos de bosques entre pequeñas casas de madera y campos de cultivo. Después de una hora los elementos son los mismos pero la proporción ha variado considerablemente: casi todo el suelo esta cubierto de nieve y se ven algunas fajas de tierra desnuda, las pocas casas se concentran cerca de alguna solitaria carretera y los pinos ya forman una gigantesca e ininterrumpida alfombra vegetal.Volamos sobre nuestro destino y el comandante nos advierte de que en breve aterrizaremos en el aeropuertos de Joensuu.
En el pequeño aeropuerto nos esperan Eero y Esa, serán nuestros anfitriones. Eero es el dueño de los aguardos donde vamos a acechar a los glotones y los osos. Esa será nuestro guía e interprete ya que habla inglés. Eero ni habla ni entiende nada que no sea el finés. Ambos sobrepasan los sesenta años pero están en forma; son bajos para la imagen que tengo de un vikingo: no sobrepasan el 1.70. Esa en seguida comienza a hablar, es muy extrovertido, de cara afilada, gafas livianas que dejan ver unos ojos azules claros de expresión jovial; la nariz es recta y proporcionada y los labios finos; la frente es amplia y apenas tiene cejas; debió de ser rubio pero ahora muestra una calva mal afeitada y la barba de un par de días. Eero parece serio y poco hablador. Durante estos días se ocupará de toda la intendencia, la cocina y en interpretar las noticias que le contemos de los aguardos. Ahora nos conduce por pequeñas carreteras hacia Lieksa una pequeña ciudad donde comeremos algo en un restaurante antes de adentrarnos en la Taiga. Es una hora por una buena carretera de tramos rectos que siempre está escoltada por pinos no muy grandes que a veces forman rodales muy densos y otras se aclaran. De cuando en cuando pasamos frente a factorías madereras de aspecto muy moderno que se nutren de esta cantidad ingente de madera.
Lieksa es una cuidad que parece no tener centro urbano. Las casas se agrupan entre los árboles. Unas son bloques modernos de tres o cuatro pisos de altura otras, las más típicas, son pequeñas viviendas unifamiliares de madera. En algunas zonas la concentración de viviendas, tiendas y oficinas forman pequeños barrios deslavazados donde tiendas, talleres y oficinas se mezclan entre las casas. Nuestro restaurante resulta ser un taller de ruedas con olor a neumático donde se ha instalado un buffet libre que da a un gran ventanal por un lado y por otro al concesionario de ruedas. En este inesperado comedor disfrutamos de un espeso guiso de carne con patatas cocidas y una ensalada. Parecía una despedida, la última comida civilizada y confortable antes de adentrarnos en la solitaria y salvaje taiga…
por terra | Mar 6, 2017 | Sin categorizar
Borneo es un nombre sugerente. Algunas de las selvas mejor conservadas de Asia todavía se encuentran en esta gigantesca isla -la tercera más grande del planeta-. Su interior mantiene grandes extensiones inexploradas, ocultas entre montañas inaccesibles. La periferia, sin embargo, es quemada y roturada para hacer enormes plantaciones de palma de aceite -para fabricar bollos industriales, destinados a engordar a nuestros niños, y para las preparar las cremas cosméticas de las mujeres occidentales-.
Estas selvas tienen fama de encontrarse entre las más antiguas y de ser muy exclusivas ya que han permanecido aisladas millones de años, lo que ha facilitado la creación de miles de especies únicas, entre ellas las flores más grandes o las más altas del mundo. Nosotros llegamos con el ánimo de filmar en su salsa a algunas de estas plantas como la rafflesia, que puede medir más de un metro y pesar diez kilos… pero, flores a parte, queremos, a toda costa, grabar a los orangutanes, los osos malayos o las grandes colonias de murciélagos tropicales.
Recupero ahora mis notas sobre la llegada:
“Borneo nos recibe con un cielo plúmbeo que se deshace en una tormenta pesada de gotas grandes y vigorosas. Las nubes, la atmósfera y el sol también son plomizos: parece que estamos en el interior de un inmenso y viejo cubo de cinc. Un perro enroscado dormita con cara de santo junto a la parada de taxis del aeropuerto. Tardamos un rato en meter todo el equipo en un par de taxis que nos transportan por una ciudad moderna, para mi inesperada, de casas no muy altas, con grandes avenidas. El centro de la ciudad es flamante, bien organizado, con edificios singulares; me esperaba algo mucho más exótico y oriental. Sólo los restos del barrio chino guardan algo del sabor de las novelas o los libros de viajes de hace medio siglo. A medida que nos alejamos del centro los edificios se vuelven menos lustrosos y el ambiente tropical deja su huella: lianas, hiedras y algas van tapizando las fachadas, las envejecen y las “asalvajan”. El poder de la selva penetra poco a poco en los arrabales. Antes de salir de la ciudad oscurece por completo.
Llegamos de noche al muelle, donde nos aguarda el patrón del barco. Mientras portamos los bultos en la oscuridad tropical cantan los muecines desde pequeñas mezquitas. Son cantos dulces que se repiten en la lejanía mientras nos alejamos por el río para ser engullidos por la selva.”
Dos de las cosas que más me interesan grabar son las flores gigantes con olor a cadáver, las gigantescas rafflesias, y nuestros parientes, los hombres de la selva, los orangutanes.
Ver y grabar orangutanes es cuestión de suerte y perseverancia… y de buena información. Hacer documentales exige las tres cosas. Gracias a Miguel sabemos que en torno a la capital existen centros de recuperación que liberan a orangutanes en la selva. Con suerte, al atardecer o al amanecer, aparecen algún ejemplar en uno de los puntos donde se les abastece de alimento mientras aprenden a vivir por si mismos en la jungla. En principio es un buen lugar para observar a estos primates exclusivos de Borneo. Pero nada está asegurado.
Después de dos días de espera, a última hora, justo cuando comenzamos a recoger el equipo, vemos como las ramas más altas de la selva se mueven en la lejanía. Pronto aparece entre el follaje un personaje peludo y pelirrojo que se maneja con una destreza asombrosa. Es un funambulista que utiliza sus extremidades como si tuviese cuatro manos muy fuertes y habilidosas. Observo pasmado como disfruta balanceándose, girando, volteando su cuerpo en una especie de juego que le permite moverse a toda velocidad por lo alto de la selva. Es una visión fugaz que se acerca y nos sobrepasa sobrevolando el follaje que cubre nuestras cabezas. Pasa raudo, ejercitando con aparente indolencia sus acrobacias alucinantes. El orangután nos mira con cierta prevención entre las ramas. Parece que tiene prisa por buscar un lugar donde fabricarse un nido para dormir. Desaparece tan rápido como llegó. Nos deja felices y excitados, ha sido un regalo fugaz, una visión casi mágica que augura unas filmaciones muy satisfactorias..
por terra | Feb 21, 2017 | Sin categorizar
Australia esta muy lejos, a casi dos días de viaje en avión, con escalas infernales de ocho o diez horas. Necesitamos tres vuelos consecutivos para alejarnos 16.000 kilómetros y aterrizar sobre la inmensa isla-continente: un lugar único y gigantesco, un imán para los naturalistas, los viajeros y los aventureros.
En realidad se trata de un viaje agotador -nada más- que poco tiene que ver con los míticos viajes en barco que hasta hace medio siglo, o poco más, constituían la manera más fácil y segura para llegar al mismo destino tras varias semanas de singladura.
Pablo, Miguel y yo llegamos cansados y contentos a la esquinita de arriba a la derecha: Queensland. Ese Estado es el lugar más selvático del continente. Allí se preserva la mejor selva tropical australiana, regada por las lluvias tropicales que transportan los vientos que acarician el océano Pacifico y agitan las olas que se mecen sobre la Gran Barrera de Coral. Con nuestros propios ojos vimos como las montañas emergen del mar y se elevan hasta tocar las nubes. Esa circunstancia climatológica y geográfica perdura desde hace más de ciento treinta millones de años, la misma edad que tienen las selvas que nos están esperando.
Si algo me llama la atención es el orden, la limpieza, la pulcritud de Cairns y sus arrabales. Es un ciudad impoluta, ajardinada y solitaria que se extiende hasta difuminarse poco a poco con el campo. Todo resulta higiénicamente agradable y moderno y, para nuestra sorpresa, una parte importante de las grabaciones de vida salvaje las hacemos en la propia ciudad: en un parque cerca del paseo marítimo habita una gran colonia de zorros voladores que arrojan sus deyecciones sobre los paseantes despistados: los loros arco iris comen entre gritos en el propio paseo marítimo; los estorninos metálicos tienen una ruidosa colonia al lado de una gasolinera; en el parque cercano anidan los pavos de monto y los alcaravanes…
Basta con alejarse un poco, hasta las praderas destinadas al ganado o los campos de golf, para avistar grandes grupos de walabies. En algunas de estas propiedades los turistas y curiosos son tan numerosos y atosigantes que no son (no somos) bienvenidos.
Si es cierto que la naturaleza penetra sin grandes complejos dentro de las entrañas de la ciudad, la civilización se ha extendido de forma brutal allí donde vamos. Solo quedan algunos reductos amplios donde nos podemos hacer una idea cabal de como fueron estas selvas primitivas: el Parque Nacional de Daintree, situado cien kilómetros al norte es el mejor ejemplo. Sin embargo el resto del territorio por el que transitamos es muy distinto: gigantescas plantaciones de caña de azúcar han sustituido a la selva y, en las zonas más elevadas, se extienden llanuras alomadas tapizadas por hierba siempre verde en lo que hace unas décadas eran bosques impenetrables. Esos cambios brutales que aniquilaron casi toda la selva han tenido lugar en los últimos ciento cincuenta años.
En algunos restaurantes pude ver viejas fotos de leñadores andrajosos escoltando árboles derribados de dimensiones descomunales, apilamientos infinitos de troncos, chabolas de familias que malvivían talando la selva…
Sin embargo la sensación que vivo es muy extraña: cada pocos kilómetros hay un pequeño retazo de selva, un diminuto santuario que alberga un ficus gigante, un par de árboles monumentales, una cascada o un lago… son Microparques Nacionales donde se agolpa la naturaleza salvaje rodeada de prados donde pastan un puñado de vacas aburridas.
Es en estos retazos selváticos donde grabamos, con cierta fortuna, aves del paraíso, casuarios, canguros arborícolas o pergoleros dorados… Por supuesto es todo muy civilizado, siempre transitamos por carreteras bien asfaltadas, señalizadas con “atención casuarios””atención canguros” “atención equidnas”, hay baños a la entrada de cada parking, zonas ajardinadas y mesas para comer. Es una naturaleza salvaje extrañamente cómoda y civilizada.
por terra | Feb 21, 2017 | Sin categorizar
La selva caribeña de Costa Rica corresponde perfectamente al “modelo” de selva amazónica, la selva lluviosa por excelencia. El Parque Nacional de Tortuguero es un lugar mítico surcado por ríos caudalosos que atraviesan una y mil veces una jungla lujuriosa que se extiende hacia el cielo y que devora las orillas intentando invadir los ríos. Es una selva impenetrable de murmullos, susurros, gritos y suspiros desconocidos e inquietantes. Es aquí donde decidimos enfrentarnos a la grabación del capítulo correspondiente a las Selvas Neotropicales, donde habitan animales tan sugerentes como el jaguar, los perezosos, los monos arañas o las oropéndolas de Moctezuma.
Os adjunto parte de mi diario, el que corresponde a los días de lluvia imprevisible y, muchas veces, desesperante:
“Nos acostamos un tanto agobiados por el calor húmedo. La lluvia no tarda en aporrear el techo metálico; unas veces con gotas gordas y sueltas, como el tamborileo de los dedos sobre una mesa; a ratos parece un siseo apenas audible y, después, resuena como si estuviésemos en el interior de un bombo golpeado con furia. Asistimos en primera fila a la ejecución de una sinfonía completa del sonido de la lluvia sobre un tejado… pero el cansancio nos vence… debemos madrugar para aprovechar la mañana.
Nos levantamos a las cinco para desayunar con tranquilidad y embarcarnos a la hora del amanecer.
El día despunta incierto. Sobre nuestras cabezas despeinadas descubrimos nubes algodonosas y densas, lejanas, que se arrastran sobre un cielo tímidamente azul. Parece que no se decide ni el sol ni la lluvia.
Tenemos cierta impaciencia por explorar los canales. Somos los primeros en embarcar. Luis Miguel se coloca con la cámara y el trípode sobre la proa, como un mascarón adormilado. Los demás nos sentamos en las primeras filas y guardamos un soñoliento silencio mientras la barcaza se dirige hacia el corazón de la selva.
Remontamos el río por el mismo camino que trazamos ayer. Vemos de lejos el embarcadero pero, antes de llegar hasta él, viramos rumbo al sur, por un canal que nos recibe en una sinuosa curva de aguas revueltas. Solo se escucha el rumor travieso del agua; la selva permanece silenciosa y espesa, como si temiera algo.
Quizás los animales intuyen que se avecina una buena tormenta. Nada se mueve. Fluimos por las venas de la selva, entre árboles que se asoman al agua verde oscura, entre alfombras de plantas flotantes y temblorosas de inverosímiles tonos verdes, entre los tiernos verdes de los juncos que crecen como penachos cerca de las orillas. Parecemos intrusos en un mundo absolutamente vegetal. No vemos ni un pájaro, ni un galápago, ni un pez despistado.
Mientras tanto, el cielo se oscurece. Se carga de plomo: las nubes pesan como ovejas preñadas, como si les colgase un vientre algodonoso antes de rasgarse con un trueno… y rompe a llover sin misericordia. Cae una cortina de agua que diluye el paisaje. No vemos a más de un palmo del toldo que cubre la barca. Todos seguimos en silencio. Solo se escucha el chismorreo y los gorgoritos de las gotas y el aullido atronador que precede a los rayos.”
por terra | Feb 21, 2017 | Sin categorizar
Han transcurrido algo más de dos años desde que comenzamos nuestra aventura. Casi treinta meses que han pasado volando. Volando de muchas maneras: entre continentes, recorriendo decenas de miles de kilómetros; volando con las hélices de nuestros drones entre las ramas de los bosques mejor conservados del planeta; sobrevolando lugares míticos como Borneo, Finlandia, Camerún o Madagascar o asomados a los ventanucos de los aviones observando alucinados como la humanidad devora y transforma la faz del planeta a ojos vista…
Todo ese esfuerzo tenia un motivo: mostrar los últimos, los más significativos, los más hermosos y mejor conservados bosques y selvas de nuestro planeta y, con ellos, a sus habitantes: la fauna más extraordinaria y diversa, que vive prisionera de esas forestas menguantes…
Las aventuras han sido infinitas y las desventuras, por fortuna, limitadas. Los resultados se van a ver enseguida. Pero, antes de que se abra el telón, contaré algunos secretos de lo que vamos a ver, pero no os hagáis ilusiones, no diré quien es el asesino.
Los primeros en descubrir parte de nuestro trabajo se reunieron en la mítica sala Berlanga, en el corazón del barrio de Chamberí, en Madrid. Allí preparamos la semana pasada la presentación de nuestra serie documental “Planeta Selva” y nos reunimos muchos de los que hemos hecho posible esta gran obra -aunque solo sea por su ambición, dimensión y empeño-.
Los presentes pudieron ver proyectados diez minutos de la serie que aglutinan la esencia de “Planeta Selva”: diversidad, acción, belleza, ritmo… pero, como contaba, todo tiene sus trucos, sus secretos.
Lo primero que tengo que confesar es que teníamos nuestras dudas en cuanto a la propia proyección en pantalla de cine. Ese es el lugar perfecto para detectar el más mínimo fallo, la imperfección más sutil, pero, ¡sorpresa! el 4k, con la gran diversidad de cámaras y objetivos que utilizamos para nuestros rodajes, queda perfecto. La proyección resulta emocionante.
Esa perfección visual es el resultado de una acertada elección de cámaras pero también a los procesos de posproducción, de corrección de color y de mil detalles que se trabajan en un pequeño cuarto, como si fuese un oscuro laboratorio, ejecutado por las manos expertas de un alquimista de los ordenadores y la imagen: Juan Luis. Sin duda es uno de los culpables.
Otro de los secretos de este documental es la ambición. Una ambición un tanto excesiva, pero bueno, ser ambicioso es eso, ser desmedido, atrevido, osado… y eso es lo que hemos sido todos en este proyecto, desde los socios al equipo técnico. ¡Todos culpables de crear esta obra!. Entre todos hemos acabado un documental de larga duración, un empeño titánico, enciclopédico, que quiere retratar en tiempo real lo que aún nos queda de las selvas en nuestro Planeta en el año 2017, todavía en los albores del siglo XX!.
El sábado 4, a las 6 de la tarde comienza la emisión, en La 2, pero como le pasa a Woody Allen -salvando las distancias- no creo que me atreva a verlo, todavía estoy demasiado imbuido en el proyecto y solo detectaría las cosas que me gustaría cambiar. El resto del equipo parece más tranquilo….
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