La selva caribeña de Costa Rica corresponde perfectamente al “modelo” de selva amazónica, la selva lluviosa por excelencia. El Parque Nacional de Tortuguero es un lugar mítico surcado por ríos caudalosos que atraviesan una y mil veces una jungla lujuriosa que se extiende hacia el cielo y que devora las orillas intentando invadir los ríos. Es una selva impenetrable de murmullos, susurros, gritos y suspiros desconocidos e inquietantes. Es aquí donde decidimos enfrentarnos a la grabación del capítulo correspondiente a las Selvas Neotropicales, donde habitan animales tan sugerentes como el jaguar, los perezosos, los monos arañas o las oropéndolas de Moctezuma.
Os adjunto parte de mi diario, el que corresponde a los días de lluvia imprevisible y, muchas veces, desesperante:
“Nos acostamos un tanto agobiados por el calor húmedo. La lluvia no tarda en aporrear el techo metálico; unas veces con gotas gordas y sueltas, como el tamborileo de los dedos sobre una mesa; a ratos parece un siseo apenas audible y, después, resuena como si estuviésemos en el interior de un bombo golpeado con furia. Asistimos en primera fila a la ejecución de una sinfonía completa del sonido de la lluvia sobre un tejado… pero el cansancio nos vence… debemos madrugar para aprovechar la mañana.
Nos levantamos a las cinco para desayunar con tranquilidad y embarcarnos a la hora del amanecer.
El día despunta incierto. Sobre nuestras cabezas despeinadas descubrimos nubes algodonosas y densas, lejanas, que se arrastran sobre un cielo tímidamente azul. Parece que no se decide ni el sol ni la lluvia.
Tenemos cierta impaciencia por explorar los canales. Somos los primeros en embarcar. Luis Miguel se coloca con la cámara y el trípode sobre la proa, como un mascarón adormilado. Los demás nos sentamos en las primeras filas y guardamos un soñoliento silencio mientras la barcaza se dirige hacia el corazón de la selva.
Remontamos el río por el mismo camino que trazamos ayer. Vemos de lejos el embarcadero pero, antes de llegar hasta él, viramos rumbo al sur, por un canal que nos recibe en una sinuosa curva de aguas revueltas. Solo se escucha el rumor travieso del agua; la selva permanece silenciosa y espesa, como si temiera algo.
Quizás los animales intuyen que se avecina una buena tormenta. Nada se mueve. Fluimos por las venas de la selva, entre árboles que se asoman al agua verde oscura, entre alfombras de plantas flotantes y temblorosas de inverosímiles tonos verdes, entre los tiernos verdes de los juncos que crecen como penachos cerca de las orillas. Parecemos intrusos en un mundo absolutamente vegetal. No vemos ni un pájaro, ni un galápago, ni un pez despistado.
Mientras tanto, el cielo se oscurece. Se carga de plomo: las nubes pesan como ovejas preñadas, como si les colgase un vientre algodonoso antes de rasgarse con un trueno… y rompe a llover sin misericordia. Cae una cortina de agua que diluye el paisaje. No vemos a más de un palmo del toldo que cubre la barca. Todos seguimos en silencio. Solo se escucha el chismorreo y los gorgoritos de las gotas y el aullido atronador que precede a los rayos.”
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