Seleccionar página

LOS BOSQUES DE LOS RÍOS

Siempre es importante acertar en las localizaciones, pero aun más cuando quieres filmar intensamente una estación como la primavera, que transcurre a toda velocidad. Sientes que el reloj corre muy rápido en tu contra. En el caso de los Bosques de Ribera, esas selvas alargadas que flanquean durante kilómetros y kilómetros a los ríos más caudalosos, la primavera se instala de forma fulgurante.

Los Bosques de Ribera son ecosistemas especiales, un poco anfibios, con doble vida, lo que les convierte en lugares muy atractivos para multitud de especies y enormes cantidades de seres vivos. Pero tienen un problema: son muy mutables y su aspecto, especialmente en el transito entre el invierno y la primavera, es muy rápido. En muy pocos días pasan de ser un bosque desnudo a una selva impenetrable donde es difícil descubrir a su fauna.

Por otro lado trabajar sobre localizaciones adecuadas es crucial si las filmaciones se van a realizar sobre el terreno, con animales salvajes, sin trampa ni cartón, tal cual. Además, en este caso, en los bosques de ribera, sabemos que vamos a necesitar suerte y que el clima nos acompañe. También sabemos que el enclave debe ser especial por la diversidad y cantidad de animales que lo visitan.

Estos datos gruesos donde barajamos tiempo, cantidad y calidad en grandes magnitudes nos ayudan a descartar un montón de lugares que no cumplen con lo básico. Aún así, el Viejo Continente aún guarda lugares donde los bosques de ribera son especialmente ricos. Pero, a la hora de decidir, hay un lugar mítico, un lugar donde el agua y los bosques son muy fructíferos, salvajes y, en gran medida, inabarcables… hablamos del Delta del Danubio.

Nuestro cámara Pototo ya lo conoce y no hace otra cosa que asegurar que es el destino ideal si llegamos en el momento preciso. “El momento preciso” en realidad es un concepto impreciso porque en temas de naturaleza la exactitud no existe, pero la embajada de Rumanía nos ayuda a estrechar el cerco sobre el calendario.

Finalmente desembarcamos con todo nuestro arsenal que incluye cinco cámaras de video y multitud de objetivos. Parece que todo confluye adecuadamente y la primavera está tierna, recién llegada, lo que nos va a permitir trabajar muy intensamente sobre el terreno, observando como llegan muchas aves desde África, como se desperezan mamíferos e insectos, como nacen pollos o el aire se llena de millones de insectos. El más espectacular bosque de ribera de Europa comienza a palpitar con toda su fuerza… y nosotros hemos llegado a tiempo para filmarlo.

OLOR A CARAMELO

Australia sigue ofreciendo una imagen salvaje y solitaria. Su colosal dimensión, habitada por unas pocas decenas de millones de seres humanos, ofrece un amplísimo margen para la aventura.   Día de hoy, incluso soñamos que pueden aparecer nuevas especies de plantas y animales en lugares recónditos, que hay margen para la sorpresa, para redescubrir al lobo marsupial o a los últimos aborígenes no contactados por la civilización.

Esa imagen salvaje está ligada a los grandes desiertos y a las enormes extensiones de bosques de eucaliptos, rudos, resistentes y solitarios.

Mi imaginación, cuando aparece la palabra Australia, genera un bosque salvaje de eucaliptos entre grandes rocas de granito, un paisaje seco atravesado por un riachuelo donde se baña un ornitorrinco. Por supuesto veo canguros saltando por doquier y un koala dormitando entre las ramas. Con todos esos elementos construyo una imagen muy típica pero, al fin y al cabo, ajustada a la realidad.   

En la expedición a Australia visitaré los bosques de eucaliptos, pero un solo día. Mi parte del viaje se centra en las selvas tropicales, pero Miguel y Pablo se sumergirán en los eucaliptales mucho más tiempo. Me dan envidia.

No puedo decir que un solo día sacie mis ganas de sumergirme en la Australia más profunda y mítica… pero lo disfruto de una forma muy intensa. No me defrauda en absoluto. Frente a la densidad y el verdor espeso de las selvas de Queesland, los bosques de eucaliptos son un lugar único, auténtico.

Nuestro díscolo e inestable guía nos aleja una decena de kilómetros de la selva para llegar a unos montes rocosos, de enormes bolos de granito. En esta distancia tan corta el paisaje se torna mucho más seco. Es el territorio de los eucaliptos más típicos… los que impregnan todo con su aromático olor, el olor a caramelo descongestivo, ese que te abre la nariz cuando la tienes taponada con mocos. Es muy agradable.

Mi sensación en estos parajes es de libertad, de territorio salvaje. Visitamos una reservas de walabis de roca que viven entre gigantescas masas de granito donde crecen eucaliptos retorcidos. Es un paraje primitivo que me provoca una regocijante sensación de penetrar en un universo virgen, en la verdadera e ignota Australia. Paseo por sus arroyos medio secos y toco las cortezas esponjosas de algunos  extraños eucaliptos,  grabamos escincos de lengua azul, pavos de monte,  varanos o cacatúas… esta es la verdadera esencia de Australia… el olor de la aventura.

BOSQUES EN LAS NUBES

Las Islas Canarias son muy difíciles de definir. La diversidad de paisajes es tal que no podemos conformarnos con pensar que son islas de playas y mar.

Algunas son bajas y relativamente planas, como Fuerteventura o Lanzarote, donde la huella de los volcanes ha dejado unos parajes fascinantes y unas texturas duras y cortantes. Otras, las más altas, ascienden hasta la altura de las nubes, y muestran un puzle asombroso de ecosistemas únicos en el mundo. Entre esos ecosistemas hay uno muy especial: la laurisilva.

La laurisilva es un bosque muy antiguo que se refugió en las islas y que ha perdurado aquí durante millones de años. En la antigüedad este tipo de bosque ocupó toda la cuenca del mediterráneo. Cuando las glaciaciones y los cambios climáticos arrasaron el continente europeo, sus últimas forestas quedaron a buen resguardo en las islas Canarias. Se trata pues de un bosque “fósil”… pero muy vivo.

Las condiciones climáticas estables donde la temperatura y el grado de humedad no han cambiado sustancialmente han permitido su supervivencia. Precisamente esas condiciones tan especiales, que son tan distintas al sol y playa, nos martirizaron especialmente durante los rodajes en los bosques de laurisilva de Las Palmas, La Gomera y Tenerife. Durante dos años los vientos y las nubes más fríos y constantes coincidieron con nuestras fechas de grabación. Esa incómoda coincidencia nos hizo pasar un frío horroroso y poner a prueba la capacidad de resistencia de nuestras cámaras a la lluvia y la humedad.  El viento llegó a derribar nuestro drone mientras volaba por un acantilado.

Como contrapartida a estas calamidades buscamos un lugar donde poder captar la importancia para todos los ecosistemas isleños de los vientos alisios y del océano. Alegranza fue el lugar escogido, un islote mágico al norte de Lanzarote.

Alegranza es la antítesis de la laurisilva. La tierra volcánica apenas esta tapizada por matorrales que se arrastran por el suelo y sólo crece un árbol junto a un viejo pozo, en e corazón de la pequeña isla. Aquí hay una notable colonia de halcones de Eleonor que capturan los pajarillos que arrastra el viento desde África. Filmra y vivir aquí casi una semana, sin agua dulce, sin electricidad, durmiendo en tiendas y cocinando con la madera que arroja el mar fue una de las mejores experiencia que vivimos en los rodajes de la serie… y todo gracias a los conocimientos de Yeray y de la gente que trabaja durante meses en esas duran condiciones y que nos “adoptaron” generosamente en su campamento de investigación: Laura y Walo.

BOSQUES MARIPOSAS

El ancho y largo sur de África es para mi una verdadera sorpresa. En nuestra búsqueda de estudio, sobre los libros de la mesa, las enciclopedias e internet se citan vagamente los extraños bosques del sur del continente africano. Sólo encuentro reseñas firmes en los documentos de WWF, que hablan de los bosques de matorrales y las sabanas. Sobre el mapa del mundo que cuelga de la pared pinchamos una chincheta sobre Sudáfrica… y en unos meses partimos para allá.

En el hemisferio norte es primavera pero allí es otoño. Vamos a pasar mucho frío en África, pero aún no lo sabemos. Llegamos cansados al aeropuerto de Johanesburgo tenemos un par de horas para el trasbordo que nos llevará hasta el corazón del  mítico Parque de Krugger, que tiene una superficie equivalente a toda la provincia de Cáceres, una de las más grandes de España. Hemos escogido la zona norte por consejo de nuestro guía. Mientras esperamos me compro tres o cuatro libros de fauna de la zona y las paladeo antes de entrar en el pequeño bimotor.

El vuelo dura apenas dos horas y nos deja en una pista de tierra con un pequeño aeropuerto adornado con esculturas de animales bastante horteras. Allí nos espera nuestro fornido guía Robbie, que nos promete que grabaremos leones, leopardos y otras fieras típicas que nos interesa grabar. Ya os adelanto que el resultado respecto a los grandes felinos fue nefasto. Sin embargo, la experiencia y las imágenes si fueron magníficas.

Es la primera vez que viajo hasta uno de los parques típicos del continente y me resulta de lo más excitante subirme en el todo terreno abierto en el que vamos a viajar.

En seguida llegamos a las puertas del Parque, donde los guardas armados con ametralladoras nos dan una sobrecogedora y acongojante bienvenida. Parece que están guardando un tesoro…. Y, realmente, es así. Desde la alambrada grabamos a unas mansas gacelas y nada más cruzar la puerta nos recibe una jirafa que filmamos con deleite.

Nos adentramos a una velocidad lenta en una gran llanura cubierta de un bosque bajo de mopane. El mopane o “árbol mariposa” es un arbusto endémico con las hojas partidas por la mitad, lo que les aporta la forma de lepidóptero que revolotea en cuanto le sacude la más leve ráfaga de viento. 

Este bosque abierto se extiende cientos de kilómetros y en el descubrimos elefantes, ñúes, búfalos, cebras, rinocerontes, jirafas o hienas. Pero la sensación es muy extraña porque sus hojas están cambiando a colores otoñales: dorados, ocres, cobrizos… la sensación es que estamos en pleno otoño, en un robledal cualquiera de los montes del Guadarrama. La diferencia estriba en que aquí tenemos una manada de elefantes a dos metros del coche y, durante varios días, no podemos bajarnos del coche ni para mear. Está estrictamente prohibido por motivos de seguridad.

UN MUNDO DE ESPINAS

Madagascar es un lugar extraordinario por varios “motivos animales”:  los lémures,  los camaleones, la fossa… De hecho, cuando imaginaba Madagascar siempre llenaba la cabeza con selvas densas y oscuras llenas de lémures y camaleones.

Las dos semanas que estuve cumplieron ampliamente las expectativas: vi cantar a los indris al atardecer, vi a tres especies distintas de lémur comer bambú gigante como si fuese tan crujiente y frágil como una patata frita,  perseguimos a varias especies de lémures rojos y dorados y también me asombré con los más diminutos camaleones, más pequeños que mi dedo meñique y, como no, con los macizos camaleones gigantes. Todos ellos proyectaron su lengua para capturar diversos insectos e, incluso, hubo peleas de enamorados…

Sin embargo, me perdí algo de los que si disfrutó el resto del equipo: los baobabs del Madagascar más cálido y el sur de la isla, dueña de un asombroso bosque de espinas.

A mi me tocó vivir la parte más amable de la expedición, la región más húmeda y fresca. De hecho, estuve medio enfermo todo el tiempo, deglutiendo con avidez todos los antibióticos que llevábamos y sin poder quitarme una molesta e inquietante tos perruna. Tan sólo llegué a la mitad del país. Luis Miguel, Miguel e Iñigo prolongaron más de veinte días el rodaje.

La etapa final fue el sur de la isla, las costas tórridas y resecas donde emergen plantas inimaginables cuajadas de espinas, que se defienden de la sequedad convirtiendo sus hojas en peligrosas agujas que evitan la transpiración y, de paso, disuaden a muchos animales de atacar el resto de sus hojas tiernas, sus flores o sus ramas.

Es un paisaje único en el mundo donde habitan el lémur de cola anillada, el más populares de todos o el  Sifaca de Verreaux, un lémur que se ha hecho famoso por su cómica manera de caminar dando saltos laterales

Entre los documentos más asombrosos que trajo el equipo se ve como los sifakas de Verreaux saltan y trepan por enormes plantas semejantes a cactus cuajados de espinas rígidas y punzantes. Todavía no termino de explicarme como no se ensartan y su pelaje blanco, inmaculado, no está manchado de gotas de sangre.

Sin duda, “Un Mundo de Espinas” es uno de los capítulos más asombrosos e inesperados de la serie;  es el descubrimiento de un mundo único, donde tortugas terrestres, decenas de pájaros endémicos, lagartijas, serpientes y los lémures -que han conseguido convertirse en auténticos faquires- forman un soberbio ejemplo de como la vida puede adaptarse a las condiciones más duras y formar bosques llenos de vida y sorpresas.

EN UN LUGAR DE FINLANDIA

Imaginad un bosque de pinos nevados, erguidos e inmutables que, como un gigantesco ejercito, se pierde en el horizonte. Entre ellos, engarzados entre la nieve y el verdor espeso de abetos y pinos, miles de lagos helados esperan a la primavera para liberar sus aguas opalinas o pardas. Mientras imagináis ese norte salvaje, feroz y extremo suena música de Sibelius: Karelia, el Vals Triste o Finlandia… la melodía parece agitar los jirones de piel blanca de los abedules, que se estremecen con el ligero y gélido viento. Es el Gran Norte, la Aventura, la Taiga Salvaje que comienza aquí y se extiende por las regiones más frías y solitarias de todo el hemisferio norte hasta unirse con la legendaria Siberia, con Canadá y con los cuentos e historias de Jack London en Alaska.

Es un lugar de leyenda  del que a duras penas tenemos una imagen real. Solo está a cuatro horas de avión ( si los controladores aéreos franceses no interfieren) y en él podemos experimentar la sensación más pura de la naturaleza salvaje: soledad, libertad, aventura, miedo, asombro… Pero eso lo descubriremos mañana porque esta noche, en contra de lo planificado, debemos dormir en Helsinki. Apenas roncaremos un par de horas en un hotel al lado del aeropuerto para coger el autobús de las seis de la mañana y enganchar con un vuelo interno que nos llevará a Karelia. Esta noche compartimos nuestro destino con unas decenas de dóciles Coreanos que también han perdido el transfer a su país por culpa de la huelga de controladores de Francia.

Tras un escueto desayuno en el aeropuerto por fin volamos en un bimotor que nos transporta a Karelia, en el mismo corazón de Finlandia.  A penas vamos diez personas y podemos colocarnos a nuestro antojo para mirar por los ventanucos. El ronroneo sordo de los motores nos invita a dormirnos pero ahí abajo comienzan a brillar amplias fajas de nieve, lagos helados y retazos geométricos de bosques entre pequeñas casas de madera y campos de cultivo. Después de una hora los elementos son los mismos pero la proporción ha variado considerablemente: casi todo el suelo esta cubierto de nieve y se ven algunas fajas de tierra desnuda, las pocas casas se concentran cerca de alguna solitaria carretera y los pinos ya forman una gigantesca e ininterrumpida alfombra vegetal.Volamos sobre nuestro destino y el comandante nos advierte de que en breve aterrizaremos en el aeropuertos de Joensuu.

En el pequeño aeropuerto nos esperan Eero y Esa, serán nuestros anfitriones. Eero es el dueño de los aguardos donde vamos a acechar a los glotones y los osos. Esa será nuestro guía e interprete ya que habla inglés. Eero ni habla ni entiende nada que no sea el finés. Ambos sobrepasan los sesenta años pero están en forma; son bajos para la imagen que tengo de un vikingo: no sobrepasan el 1.70. Esa en seguida comienza a hablar, es muy extrovertido, de cara afilada, gafas livianas que dejan ver unos ojos azules claros de expresión jovial; la nariz es recta y proporcionada y los labios finos; la frente es amplia y apenas tiene cejas; debió de ser rubio pero ahora muestra una calva mal afeitada y la barba de un par de días. Eero parece serio y poco hablador. Durante estos días se ocupará de toda la intendencia, la cocina y en interpretar las noticias que le contemos de los aguardos. Ahora nos conduce por pequeñas carreteras hacia Lieksa una pequeña ciudad  donde comeremos algo en un restaurante antes de adentrarnos en la Taiga. Es una hora por una buena carretera de tramos rectos que siempre está escoltada por pinos no muy grandes que a veces forman rodales muy densos y otras se aclaran. De cuando en cuando pasamos frente a factorías madereras de aspecto muy moderno que se nutren de esta cantidad ingente de madera.

Lieksa es una cuidad que parece no tener centro urbano. Las casas se agrupan entre los árboles. Unas son bloques modernos de tres o cuatro pisos de altura otras, las más típicas, son pequeñas viviendas unifamiliares de madera. En algunas zonas la concentración de viviendas, tiendas y oficinas forman pequeños barrios deslavazados donde tiendas, talleres y oficinas se mezclan entre las casas. Nuestro restaurante resulta ser un taller de ruedas con olor a neumático donde se ha instalado un buffet libre que da a un gran ventanal por un lado y por otro al concesionario de ruedas. En este inesperado comedor disfrutamos de un espeso guiso de carne con patatas cocidas y una ensalada. Parecía una despedida, la última comida civilizada y confortable antes de adentrarnos en la solitaria y salvaje taiga…