Imaginad un bosque de pinos nevados, erguidos e inmutables que, como un gigantesco ejercito, se pierde en el horizonte. Entre ellos, engarzados entre la nieve y el verdor espeso de abetos y pinos, miles de lagos helados esperan a la primavera para liberar sus aguas opalinas o pardas. Mientras imagináis ese norte salvaje, feroz y extremo suena música de Sibelius: Karelia, el Vals Triste o Finlandia… la melodía parece agitar los jirones de piel blanca de los abedules, que se estremecen con el ligero y gélido viento. Es el Gran Norte, la Aventura, la Taiga Salvaje que comienza aquí y se extiende por las regiones más frías y solitarias de todo el hemisferio norte hasta unirse con la legendaria Siberia, con Canadá y con los cuentos e historias de Jack London en Alaska.
Es un lugar de leyenda del que a duras penas tenemos una imagen real. Solo está a cuatro horas de avión ( si los controladores aéreos franceses no interfieren) y en él podemos experimentar la sensación más pura de la naturaleza salvaje: soledad, libertad, aventura, miedo, asombro… Pero eso lo descubriremos mañana porque esta noche, en contra de lo planificado, debemos dormir en Helsinki. Apenas roncaremos un par de horas en un hotel al lado del aeropuerto para coger el autobús de las seis de la mañana y enganchar con un vuelo interno que nos llevará a Karelia. Esta noche compartimos nuestro destino con unas decenas de dóciles Coreanos que también han perdido el transfer a su país por culpa de la huelga de controladores de Francia.
Tras un escueto desayuno en el aeropuerto por fin volamos en un bimotor que nos transporta a Karelia, en el mismo corazón de Finlandia. A penas vamos diez personas y podemos colocarnos a nuestro antojo para mirar por los ventanucos. El ronroneo sordo de los motores nos invita a dormirnos pero ahí abajo comienzan a brillar amplias fajas de nieve, lagos helados y retazos geométricos de bosques entre pequeñas casas de madera y campos de cultivo. Después de una hora los elementos son los mismos pero la proporción ha variado considerablemente: casi todo el suelo esta cubierto de nieve y se ven algunas fajas de tierra desnuda, las pocas casas se concentran cerca de alguna solitaria carretera y los pinos ya forman una gigantesca e ininterrumpida alfombra vegetal.Volamos sobre nuestro destino y el comandante nos advierte de que en breve aterrizaremos en el aeropuertos de Joensuu.
En el pequeño aeropuerto nos esperan Eero y Esa, serán nuestros anfitriones. Eero es el dueño de los aguardos donde vamos a acechar a los glotones y los osos. Esa será nuestro guía e interprete ya que habla inglés. Eero ni habla ni entiende nada que no sea el finés. Ambos sobrepasan los sesenta años pero están en forma; son bajos para la imagen que tengo de un vikingo: no sobrepasan el 1.70. Esa en seguida comienza a hablar, es muy extrovertido, de cara afilada, gafas livianas que dejan ver unos ojos azules claros de expresión jovial; la nariz es recta y proporcionada y los labios finos; la frente es amplia y apenas tiene cejas; debió de ser rubio pero ahora muestra una calva mal afeitada y la barba de un par de días. Eero parece serio y poco hablador. Durante estos días se ocupará de toda la intendencia, la cocina y en interpretar las noticias que le contemos de los aguardos. Ahora nos conduce por pequeñas carreteras hacia Lieksa una pequeña ciudad donde comeremos algo en un restaurante antes de adentrarnos en la Taiga. Es una hora por una buena carretera de tramos rectos que siempre está escoltada por pinos no muy grandes que a veces forman rodales muy densos y otras se aclaran. De cuando en cuando pasamos frente a factorías madereras de aspecto muy moderno que se nutren de esta cantidad ingente de madera.
Lieksa es una cuidad que parece no tener centro urbano. Las casas se agrupan entre los árboles. Unas son bloques modernos de tres o cuatro pisos de altura otras, las más típicas, son pequeñas viviendas unifamiliares de madera. En algunas zonas la concentración de viviendas, tiendas y oficinas forman pequeños barrios deslavazados donde tiendas, talleres y oficinas se mezclan entre las casas. Nuestro restaurante resulta ser un taller de ruedas con olor a neumático donde se ha instalado un buffet libre que da a un gran ventanal por un lado y por otro al concesionario de ruedas. En este inesperado comedor disfrutamos de un espeso guiso de carne con patatas cocidas y una ensalada. Parecía una despedida, la última comida civilizada y confortable antes de adentrarnos en la solitaria y salvaje taiga…
Recent Comments